La Inmensidad en Palabras: Un Viaje a Través de ‘Cuatro Variaciones sobre el Mar’ de Sebastián Chilano

La experiencia de lo sublime, esa sensación que trasciende la mera belleza, reside no en el objeto contemplado, sino en la resonancia que este provoca en nuestro interior. A diferencia de la belleza, que nos cautiva con su armonía y proporción, lo sublime nos confronta con una grandeza que nos abruma, despertando una mezcla de asombro, temor y una profunda admiración. El mar, en su inmensidad, es un catalizador perfecto de esta experiencia, dejándonos sin aliento ante su poderío.

Este concepto sirve como brújula al adentrarnos en Cuatro variaciones sobre el mar, la reciente obra de Sebastián Chilano (Queja Ediciones – 2025). Más que un simple libro, es una exploración íntima de la fascinación ancestral que el mar ejerce sobre la humanidad, un ensayo breve pero profundo sobre la carga simbólica que este inmenso cuerpo de agua ha acumulado a lo largo de la historia.

Chilano, en una reflexión personal, comparte su visión del mar: “Lo primero que pienso es que es incomprensible, es algo inabarcable y creo que a los seres humanos lo que más nos desafía, nos moviliza y nos motiva, es eso: lo que no entendemos y, en este caso, casi lo que no podemos destruir. Por lo tanto, existe una necesidad de saber, de hablar, de pensar en el mar”. Su conexión con el mar se intensifica por su arraigo a una ciudad costera, donde el océano sirve como punto de orientación vital. El autor rememora su experiencia en La Plata, donde la ausencia del mar generaba una sensación de desamparo, una pérdida de referencia esencial.

Profundizando en su relación personal con el mar, Chilano evoca recuerdos de infancia marcados por el temor. “Me daba terror el mar. Era un abismo, un pozo. No pasaba de las primeras olas. Ya que me llegara a la cintura el agua era terrorífico. Ese fue mi primer contacto con el mar”. Asocia el mar también con la ausencia paterna, creando una compleja red de emociones. Con el tiempo, el miedo se transformó en respeto y admiración, un cambio que lo impulsó a fomentar en su hijo una relación positiva con el mar, libre de temores.

El autor establece un paralelismo entre sus padres y la orilla del mar: su padre, representando la seguridad de la orilla, y su madre, la inmensidad y la imprevisibilidad del océano. Ella personifica lo salvaje, lo impredecible y lo brutal del mar, pero también su calma sedante. Esta dicotomía se refleja en la descripción de la orilla, ese espacio liminal, inestable y en constante transformación, que Chilano, inspirándose en Pascal Quignard, define como una metáfora de la vida humana.

El proceso de escritura, según Chilano, también se asemeja a la incertidumbre de la orilla. “Hay una orilla que es la inseguridad de escribir, la escritura es eso: una inseguridad. Y el escritor siempre se da cuenta de que está haciendo trampa o que está repitiendo o que está usando un método que ya han probado y certificado otras personas o él mismo”. Esta autocrítica lo lleva a buscar constantemente la honestidad en su escritura, a sumergirse en la incertidumbre para encontrar nuevas perspectivas.

En un pasaje del libro, Chilano recupera la figura del rey Jerjes y su castigo al Helesponto, azotando el mar en un acto de furia impotente. Para el autor, este episodio simboliza la vanidad del intento humano por dominar la naturaleza, pero también, en un plano más personal, la futilidad de la escritura. “Lo que hacemos es azotar el mar. Pensamos que estamos haciendo algo que va a cambiar todo y estamos azotando el mar, moviendo un poquito del agua de la historia de la humanidad, de la lengua humana, que es minúsculo”. A pesar de la aparente insignificancia de este acto, Chilano lo considera esencial para su propia búsqueda como escritor.

La obra también explora la relación ancestral entre el hombre y el mar, remontándose a las prácticas religiosas de la antigua Grecia. Los rituales y sacrificios ofrecidos a Poseidón, el dios del mar, reflejan la necesidad de aplacar su furia y asegurar una travesía segura. El caballo, animal sagrado para Poseidón, era ofrecido en sacrificio, simbolizando el respeto y la reverencia hacia el poder del océano. Esta conexión entre lo divino y lo natural revela la importancia del respeto hacia el mar, un principio que trasciende lo meramente humano.

Chilano concluye su reflexión citando el epitafio de la tumba de Vicente Huidobro: “Aquí yace el poeta Vicente Huidobro. Abrid la tumba, al fondo se ve el mar”. Esta frase evoca la incomprensibilidad del mar, su inmensidad que supera la capacidad humana de comprensión. La distancia entre el hombre y el mar es abismal, recordándonos nuestra fugacidad ante la eternidad del océano. En contraposición a esta insignificancia, Chilano rescata el deseo de Huidobro de “hacerse mar”, de aspirar a la grandeza, a la omnipresencia, a la inmortalidad.