Pascal Quignard define una biblioteca no como un mero espacio físico, sino como la materialización de los libros en los cuerpos de quienes los leen. Esta idea resuena profundamente al adentrarnos en la biblioteca de Sebastián Chilano, médico y escritor, un espacio que refleja su propia evolución intelectual y personal.
La biblioteca de Chilano, vasta y en constante transformación, se presenta como un organismo vivo, buscando una forma definitiva a través de un orden esquivo. Su origen se remonta a una infancia carente de libros, donde solo recordaba dos ejemplares de su madre, valorados no solo por su contenido, sino también por su carácter prestable. Esta carencia temprana lo llevó a descubrir la biblioteca popular del Puerto, un refugio cercano a la zapatería de su padre, donde germinó su amor por la lectura, alimentado por clásicos infantiles de la colección Billiken.
No fue hasta su traslado a La Plata para estudiar medicina que Chilano comenzó a construir su propia biblioteca. Sus primeras adquisiciones, obras de Sábato, Vargas Llosa y Borges, marcaron el inicio de una colección que crecería exponencialmente con el tiempo. Al regresar a Mar del Plata y comenzar su residencia médica, la necesidad de un espacio físico para albergar sus libros se hizo evidente, dando origen a la biblioteca que hoy conocemos.
Al ingresar a la casa de Chilano, la biblioteca se impone como protagonista. A la izquierda, una pared repleta de ensayos, tomos de Gredos, libros de medicina y un estante dedicado a Pascal Quignard. A la derecha, tres paredes más albergan libros de arte, las obras completas de Freud, historia, Sherlock Holmes, César Aira, Borges y Calasso, entre otros. La disposición, aparentemente caótica, revela una búsqueda constante de un orden que nunca termina de concretarse.
Chilano confiesa que, a pesar de conocer la ubicación aproximada de cada libro, la biblioteca carece de una lógica clara, un orden que trascienda su propio conocimiento. Esta necesidad de orden se vincula con el deseo de facilitar el acceso a otros lectores, de compartir el conocimiento y el asombro que los libros encierran. El desafío radica en encontrar un criterio que equilibre la organización alfabética con la visibilidad de sus autores favoritos, y que resuelva las complejidades de clasificar obras que se sitúan entre la narrativa y el ensayo.
La cuestión de las colecciones completas también plantea interrogantes. Chilano reconoce la imposibilidad de poseer todas las obras de una colección, liberándose así de la obligación de leerlas en su totalidad. Sin embargo, cada libro adquirido conlleva la intención de ser leído, aunque algunos permanezcan en la mesa de luz, esperando su momento.
A pesar de la diversidad temática, Chilano niega que su biblioteca albergue libros meramente como objetos decorativos. Cada volumen fue adquirido con la intención de ser leído, aunque no siempre se logre. Esta intención se manifiesta en su hábito de lectura caótico, caracterizado por la obsesión con autores o temas específicos, y por la exploración simultánea de múltiples libros.
La biblioteca de Chilano no tiene un rincón favorito, ya que sus preferencias literarias fluctúan constantemente. Su interés puede estar centrado en la historia de la medicina, la muerte, el diablo, autores específicos o clásicos latinos. La biblioteca, más que un espacio de almacenamiento, es un reflejo de su mente en constante evolución.
Ante la pregunta sobre si necesita la biblioteca para calmar la locura del día a día, Chilano responde que lo que realmente lo tranquiliza es descubrir algo nuevo, un autor, una idea, un conocimiento que lo sorprenda. Por eso, prefiere leer varios libros a la vez, explorando diferentes perspectivas y alimentando su curiosidad.
En definitiva, la biblioteca de Sebastián Chilano es un espacio reflexivo, que busca asombrar al lector, invitándolo a cuestionar lo establecido y a explorar nuevas formas de pensamiento. Es una invitación a recuperar el asombro ante el mundo que nos rodea, a comprender el origen de las cosas y a conectar con el conocimiento que los libros encierran.
Si bien Chilano reconoce que el caos parece reinar en su biblioteca, este mismo caos es el que le da vida y la convierte en un reflejo fiel de su propia búsqueda intelectual y personal. La biblioteca, como los cuerpos que la habitan, está en constante movimiento, aprendiendo y transformándose.