La Mar del Plata de principios del siglo XX, una ciudad que comenzaba a consolidarse como destino predilecto de la alta sociedad argentina, fue escenario de un suceso que mezcló lujo, política y un toque de misterio. El protagonista involuntario: Juan Marconi, un cochero cuya vida dio un vuelco inesperado aquel domingo 5 de enero de 1919.
Mientras Marconi preparaba su carruaje para un nuevo día de trabajo, descubrió un maletín olvidado bajo uno de los asientos. Su contenido era asombroso: un neceser de oro adornado con 168 brillantes, un collar de perlas compuesto por 150 cuentas, un broche con dos esmeraldas resplandecientes, una pulsera con doble hilera de zafiros y dos diamantes, una cinta de seda con 12 broches de diamantes y dos relojes de la prestigiosa firma Cartier. Un tesoro valuado en una fortuna, impensable para un humilde cochero.
Sin conocer la magnitud de su hallazgo, Marconi llevó el maletín a su casa, con la intención de entregarlo a las autoridades. Sin embargo, en cuestión de horas, se encontró detenido. Según crónicas de la época, el diario La Nación informó sobre las supuestas intenciones de Marconi de fundir las joyas para convertirlas en oro. El cochero, visiblemente afligido, negaba las acusaciones. Pero, ¿de dónde provenía ese valioso maletín?
Marconi declaró que, debido a la intensa jornada del sábado, le era imposible recordar quién había olvidado el maletín en su carruaje. La clave para resolver el enigma llegó con la denuncia de Guillermina de Oliveira Cézar y Diana. La dama, recién llegada a Mar del Plata en el tren de las 19 horas, había tomado el coche de Marconi desde la estación Sud hasta su residencia: una imponente casona ubicada en la intersección de las actuales calles Viamonte y Moreno, frente al mar. La policía pudo confirmar que el maletín entregado por el cochero frente a la Iglesia de San Pedro pertenecía a Guillermina.
A pesar de haber entregado el maletín, Marconi permaneció detenido. La prensa de Buenos Aires, en su edición del lunes 6 de enero, incluso llegó a afirmar que el cochero había desmontado las piedras preciosas y estaba a punto de fundir el oro cuando fue arrestado. Estas acusaciones provocaron la indignación de un grupo de cocheros, quienes defendieron la inocencia de Marconi y exigieron su liberación. Finalmente, el 9 de enero, Juan Marconi recuperó su libertad.
La historia de Guillermina de Oliveira Cézar y Diana, la propietaria del maletín, era tan fascinante como el propio incidente. Nacida en 1870, hija de un acaudalado terrateniente, estudió en el Colegio Americano de Mary Elizabeth Comway. Contrajo matrimonio en 1885, a la temprana edad de 15 años, con Eduardo Wilde, un médico ateo y masón de 42 años. Un dato curioso: el padrino de la boda fue nada menos que Julio Argentino Roca, íntimo amigo del novio.
Diez años más tarde, la relación clandestina entre Guillermina y su padrino de bodas se convirtió en un escándalo público, llegando a ocupar la portada de la revista Caras y Caretas. Para acallar los rumores, Roca designó a Wilde como ministro plenipotenciario en Estados Unidos, y posteriormente en Bélgica y Holanda, obligando a Guillermina a mudarse a Europa y poner fin al romance.
En 1901, Guillermina regresó a Argentina tras la muerte de su padre. Se dice que la relación con Roca se reavivó, aunque ella pronto regresó a Europa. Wilde falleció en Bruselas en 1913, y Roca lo seguiría un año después. Tras la muerte de su amante, Guillermina solía pasar los veranos en Mar del Plata. Nunca tuvo hijos. En 1920, como presidenta del Comité Central de Damas de la Cruz Roja, impulsó la creación de las escuelas de enfermería. Falleció en Buenos Aires el 29 de mayo de 1936, a los 66 años.
El incidente del cochero y el maletín millonario quedó grabado en la memoria de Mar del Plata como un episodio que reflejaba la opulencia de la época y las intrigas de la alta sociedad. La casona de Viamonte y Moreno, testigo silencioso de este drama, se convirtió en un símbolo de las vinculaciones políticas y los secretos que se escondían tras el brillo de la ciudad balnearia.