Más allá del Torreón y los Lobos Marinos: El Secreto de la Primera Postal Turística de Mar del Plata

Más allá del Torreón y los Lobos Marinos: El Secreto de la Primera Postal Turística de Mar del Plata

Hoy en día, la imagen de miles de turistas posando con los icónicos lobos marinos de la Rambla o teniendo al Torreón del Monje como telón de fondo, se ha convertido en un clásico de Mar del Plata. Estos monumentos históricos son sinónimos de la ciudad balnearia. Sin embargo, mucho antes de que estos emblemas fueran construidos, cuando Mar del Plata comenzaba a consolidarse como el destino predilecto de la élite porteña, existió un escenario natural que capturaba la esencia de la ciudad y se erigía como su principal atractivo turístico: la “Gruta de Egaña”.

Ubicada en la zona que hoy conocemos como Playa Varese, la Gruta de Egaña fue un punto de referencia ineludible para los primeros visitantes de Mar del Plata. Su belleza natural y su aura de misterio la convirtieron en la primera postal turística de la ciudad, un lugar que atraía a veraneantes ávidos de experiencias únicas y recuerdos inolvidables.

Un Refugio Natural Descubierto por Andrés Egaña

Según los registros históricos, como se detalla en la obra “Veraneos Marplatenses de 1887 a 1923” de Elvira Aldao, en los albores de Mar del Plata, era común observar a la gente aventurándose a escalar las rocas hasta llegar a una gruta frente al mar. Esta gruta, estratégicamente ubicada entre las actuales playas Bristol y Varese, debió su nombre a su descubridor, el hacendado español Andrés Egaña.

El acceso a la gruta no era sencillo. Estaba oculta tras imponentes peñascos que debían ser sorteados para llegar a su entrada. Una vez dentro, los visitantes descubrían un espacio singular, moldeado por la naturaleza. La gruta contaba con ocho peldaños naturales que conducían a un hueco donde, según las crónicas de la época, algún visitante osado había colgado una hamaca. Durante la pleamar, el mar acariciaba las paredes de la gruta, dejando tras de sí un manto de musgo de un verde intenso y particular.

Un Imán para Visitantes y Enamorados

Con el tiempo, la Gruta de Egaña se convirtió en uno de los lugares predilectos de los visitantes más audaces, aquellos que no temían escalar las rocas para alcanzar su interior. Era un sitio ideal para tomar fotografías grupales, inmortalizando momentos especiales en un entorno natural incomparable. Los visitantes también dejaban su huella en la gruta, grabando sus nombres en la piedra, como testimonio de su paso por este rincón mágico de Mar del Plata.

El historiador Rubén Calomarde revela otro aspecto fascinante de la Gruta de Egaña: era una cueva romántica a la que acudían los enamorados durante el verano. En su libro “Historias de Mar del Plata”, Calomarde describe cómo la gruta se transformaba en un refugio para parejas, donde los jóvenes expresaban su amor eterno escribiendo mensajes en las paredes con pintura. Sin embargo, no todos los mensajes eran románticos. También se encontraban frases de desamor, rencor e incluso súplicas desesperadas.

El Fin de una Era

La Gruta de Egaña continuó siendo uno de los principales atractivos de Mar del Plata hasta principios del siglo XX. Lamentablemente, su historia llegó a su fin cuando fue dinamitada para dar paso a la construcción del camino que conecta el Torreón del Monje con Playa Varese. Se dice que parte de la piedra extraída de la gruta se utilizó para construir la rambla francesa, un símbolo de la modernización de la ciudad.

Aunque la Gruta de Egaña ya no existe físicamente, su legado perdura en la memoria de Mar del Plata. Fue la primera postal turística de la ciudad, un lugar que cautivó a los primeros visitantes y que contribuyó a forjar la identidad de la villa balnearia. Su historia nos recuerda que, a veces, los tesoros más valiosos se encuentran ocultos en la naturaleza, esperando ser descubiertos y apreciados.