En el paisaje ondulado de Chapadmalal y Batán, yacen las cicatrices de una industria que definió el carácter de la región: la minería de piedra. Más allá de la extracción de recursos, estas canteras tejieron una intrincada red de historias, esfuerzo y transformación que aún resuena en la vida cotidiana de Mar del Plata y sus alrededores.
Según el profesor Alberto Subiela, en su contribución al libro Estación Chapadmalal: Un pueblo minero, la visión del estanciero Gregorio Viera a principios del siglo XX, trascendió la agricultura, descubriendo en sus tierras una valiosa fuente de piedra para la construcción. Este hallazgo marcó el inicio de una era que transformaría la región.
El contexto social y político favorable de fines del siglo XIX en la provincia de Buenos Aires propició la explotación de los recursos naturales. Inversores, tanto locales como extranjeros, vislumbraron el potencial de la piedra, dando lugar a la creación de campamentos mineros que, a su vez, generaron comunidades vibrantes y pujantes.
La actividad minera no se limitó a la simple extracción de piedra. Actuó como un catalizador del desarrollo, impulsando la construcción de infraestructuras esenciales: caminos, viviendas y servicios que, a su vez, estimularon el comercio y la agricultura. Pueblos como Batán y Estación Chapadmalal florecieron alrededor de sus canteras, convirtiéndose en centros de crecimiento que irradiaban a toda la región.
La Piedra Angular del Desarrollo Urbano
La historia de las canteras de Estación Chapadmalal está intrínsecamente ligada al desarrollo urbano de Mar del Plata. A partir de 1910, la demanda de materiales para obras públicas y civiles transformó la zona en un importante centro de producción. La ortocuarcita, una roca de la Formación Balcarce, fue el primer tesoro extraído. Inicialmente, la labor era artesanal, con familias como los Viera gestionando pequeñas explotaciones. Los bloques de piedra obtenidos se utilizaron para construir escolleras, edificios y cimentar la expansión de la ciudad.
Las primeras canteras eran un testimonio del trabajo manual. Con herramientas rudimentarias, los obreros se enfrentaban a la roca. Su principal herramienta era el “marrón”, una enorme maza de acero que, con gran fuerza, partía la piedra en grandes bloques. Estos bloques se reducían a piezas manejables y se transportaban a la estación de tren de Estación Chapadmalal, un punto crucial en la logística de la actividad minera.
En 1913, un grupo de franceses se instaló en el Paraje La Florida buscando petróleo. Aunque su búsqueda fue infructuosa, dejaron rastros de su paso, un recordatorio de una fiebre del oro que nunca se materializó.
La década de 1920 marcó un punto de inflexión, con la consolidación de la actividad minera. El crecimiento urbano de Mar del Plata obligó al cierre de canteras dentro de la ciudad, impulsando a los mineros hacia las afueras, a Batán y Chapadmalal. Este desplazamiento no detuvo el crecimiento, sino que lo aceleró. Nombres como Kurt Hermann Wachnitz, con su cantera Sudatlántica, se convirtieron en sinónimo de progreso. De esta cantera se extrajeron, en 1951, los bloques de piedra que se transformaron en los icónicos lobos marinos de la rambla de Mar del Plata.
La llegada de inmigrantes, principalmente de Montenegro, Italia y España, fue fundamental para suplir la falta de mano de obra. Estos trabajadores aportaron su fuerza a las canteras, contribuyendo al desarrollo de la región.
La introducción de camiones y martillos neumáticos, junto con la dinamita, transformó la extracción. El ruido de las explosiones se convirtió en la banda sonora de la zona, un eco constante del progreso. El profesor Subiela destaca que este auge contribuyó al crecimiento de la ciudad, permitiendo la construcción de obras emblemáticas como el palacio municipal, el parque San Martín y la nueva rambla con el casino, diseñado por el arquitecto Bustillo.
Apogeo, Declive y Legado
Las décadas de 1950 y 1960 marcaron el apogeo de la industria minera. La llegada de la electricidad en 1955 revolucionó la producción, permitiendo la molienda y el zarandeo en las propias canteras. La pólvora, menos expansiva que la dinamita, permitió una extracción más precisa, ideal para lajas y piedras ornamentales. Surgió la figura del “foguín”, un operario que encendía las mechas de la pólvora, una labor arriesgada que requería valentía y precisión.
La década de 1960 fue un punto de inflexión. Con la tecnología moderna y una demanda insaciable, la minería alcanzó su máximo esplendor. El gobierno impulsó la construcción del “Circuito de Canteras”, una ruta que unía las canteras con la Ruta 88, facilitando el transporte.
Sin embargo, a partir de los años 70, la actividad disminuyó o se detuvo en muchas canteras. El agotamiento de los recursos, nuevas regulaciones y la expansión urbana forzaron cierres y desplazamientos. Aunque la minería no recuperó su apogeo, su legado perduró.
Las canteras de Batán-Chapadmalal forjaron una identidad. Sus historias son parte de la memoria colectiva, un relato de esfuerzo y resiliencia que se transmite de generación en generación. La historia minera refleja una adaptación constante a las condiciones socioeconómicas y regulatorias. En algunos casos, la actividad se reavivó con nuevos emprendimientos en los años 2000.
El Presente y el Futuro
Hoy, la actividad se ha adaptado con una creciente conciencia ambiental. Se discute la posibilidad de reactivar antiguas canteras con un enfoque sostenible. Muchos de los sectores cerrados se han convertido en paseos turísticos.
La actividad minera en la región tiene un valor simbólico y educativo. La experiencia de quienes han trabajado en las canteras puede transmitir conocimientos sobre técnicas, seguridad y sostenibilidad, sirviendo como base para una minería moderna y responsable.
En palabras del Licenciado Julio Luis del Río, “el golpe del marrón sigue latiendo en el corazón de Estación Chapadmalal”. La zona ha consolidado un sector minero rico en historias productivas y personales. Esta historia minera, iniciada en los albores del siglo XX, acompañará a las futuras generaciones, enriquecida por el trabajo y la vida de las personas que labraron su propia historia en la piedra.