El descubrimiento del cuerpo sin vida de una mujer en una zona de cantera de la meseta neuquina, un hallazgo que conmocionó a la comunidad el pasado 18 de septiembre, desencadenó una investigación compleja y delicada, catalogada desde el principio como un posible feminicidio. Aunque la confirmación oficial de la identidad de la víctima tardaría algunos días, los primeros esfuerzos de las autoridades se concentraron en el análisis exhaustivo de los rastros médicos y forenses obtenidos durante la autopsia.
El examen post-mortem, realizado el 19 de septiembre, arrojó una conclusión contundente: la causa de la muerte fue un traumatismo craneoencefálico severo. Sin embargo, un detalle aparentemente menor captó la atención de los peritos: la víctima había sido sometida recientemente a una cirugía en una de sus rodillas. Esta observación, aparentemente insignificante, se convertiría en la clave para desentrañar el misterio.
Con esta información crucial en mano, los investigadores diseñaron una estrategia innovadora. Se emitió una solicitud formal a todos los hospitales públicos de Neuquén y Río Negro, solicitando información sobre pacientes femeninas, de entre 20 y 40 años, que hubieran pasado por una intervención quirúrgica de rodilla en los últimos dos años. La esperanza era cruzar los datos médicos con la evidencia forense para identificar a la víctima.
Mientras tanto, la investigación se mantuvo bajo estricta confidencialidad para evitar entorpecer las pesquisas. Se desplegó un equipo conjunto de trabajo, integrado por la Policía provincial y especialistas de la Policía Federal, quienes colaboraron en la sistematización y análisis de las huellas dactilares encontradas en el lugar del hallazgo.
La respuesta de los centros de salud no se hizo esperar. Los listados de pacientes fueron minuciosamente revisados por los investigadores, quienes buscaron coincidencias con los datos obtenidos durante la autopsia. Finalmente, el Hospital Castro Rendón proporcionó la pieza faltante del rompecabezas: un registro que vinculaba las huellas dactilares con una de sus pacientes. A partir de ese momento, la identificación de la víctima avanzó rápidamente.
Gracias a este cruce de información, se confirmó la identidad de la víctima: Ángela Gladis Díaz, una joven de 23 años que, según fuentes cercanas al caso, se encontraba en una situación de extrema vulnerabilidad. La autopsia reveló que Ángela no presentaba lesiones de arma de fuego ni de arma blanca. El golpe en la cabeza fue, según los forenses, la causa directa de su fallecimiento. Se estima que el tiempo transcurrido entre el deceso y el hallazgo del cuerpo fue de entre 5 y 10 días, aunque esta precisión aún está siendo revisada por los expertos.
Más allá de la resolución del caso, este episodio destaca la importancia de la colaboración interdisciplinaria en las investigaciones criminales. El dato médico de la cirugía de rodilla, aparentemente trivial, resultó ser la clave para identificar a la víctima y acelerar el proceso de investigación. Este caso sirve como un ejemplo elocuente de cómo la interrelación entre las pericias clínicas y judiciales puede ser fundamental para esclarecer crímenes y llevar a los responsables ante la justicia.