Encaramado en la emblemática Loma de Stella Maris, existió un espacio que trascendía la mera exhibición científica, convirtiéndose en un testimonio de la armonía entre el arte, la naturaleza y el esparcimiento. Este lugar, un tributo viviente a un hombre singular, fue el Museo del Mar, la cristalización del sueño y la pasión de Benjamín Sisterna.
La génesis del Museo del Mar se remonta a un gesto simple pero trascendental: un regalo. Benjamín Sisterna, cofundador de los renombrados alfajores Havanna, recibió de su hermano una caja que contenía quince caracoles. Este obsequio, aparentemente modesto, encendió una llama que lo acompañaría a lo largo de su vida.
Impulsado por esta nueva pasión, Sisterna se embarcó en una aventura global que lo llevó a recorrer más de 300 ciudades en 100 países, dando 26 vueltas al mundo durante seis décadas. Su colección creció hasta alcanzar la asombrosa cifra de 30,000 ejemplares marinos. Su curiosidad insaciable y su espíritu autodidacta lo llevaron a sumergirse por completo en el estudio y la recolección de estas maravillas marinas.
Un segundo hito en la historia del museo tuvo lugar en la década de los 80, cuando Sisterna inauguró una primera exposición en el corazón de Mar del Plata, presentando al público los caracoles más extraordinarios del planeta.
Benjamín Sisterna afirmaba con humildad que solo había comprado una pequeña parte de su colección. La mayoría de los caracoles los había encontrado en las playas, en el lecho marino, o los había obtenido mediante intercambios con otros coleccionistas. Para él, cada concha albergaba una historia única. Aunque su devoción no siempre era compartida, su familia respetó profundamente su pasión y su estilo de vida.
En 1995, a la edad de 81 años, Benjamín Sisterna falleció, dejando tras de sí un legado imborrable. Entre sus logros se encontraba una de las marcas de alfajores más emblemáticas del país, aunque ya había sido vendida a un grupo inversor, y su profundo amor por el mar y los caracoles. Su hijo menor, Pablo, y su viuda, Azucena, decidieron honrar su memoria perpetuando su pasión. Tras tres años de dedicación y esfuerzo, el 24 de septiembre del 2000, abrieron las puertas del Museo del Mar, un espacio cultural sin precedentes en América Latina.
El museo ofrecía una experiencia inmersiva, con acuarios que albergaban especies del Mar Argentino, salas de cine y teatro, espectáculos musicales para niños, juegos científicos, una confitería y una tienda de recuerdos. Todo estaba diseñado para estimular la curiosidad y el asombro.
Ubicado en la avenida Colón 1114, el Museo del Mar se distribuía en cuatro plantas, cada una de las cuales ofrecía una perspectiva diferente sobre el mundo marino.
- Nivel de Encuentro: El punto de partida del viaje. Un mapa iluminado trazaba las rutas de los viajes de Sisterna, mientras que el café Gloria Maris brindaba un espacio para relajarse entre vitrinas y acuarios llenos de vida marina.
- Nivel del Nácar: En la sección histórica del edificio se exhibía arte contemporáneo y cultura local, mientras que en la parte nueva, miles de caracoles se presentaban en vitrinas, cada uno con información detallada y colores que evocaban un mundo de fantasía.
- Nivel de las Rocas: Una recreación de una caverna submarina, con un estanque central que albergaba organismos marinos y conectaba visualmente con el nivel superior.
- Nivel del Cielo: Un mirador que ofrecía vistas panorámicas de la ciudad y el océano. Las paredes estaban integradas por acuarios gigantes con diversas especies del Mar Argentino. También albergaba un bar con paredes de acuario donde nadaban tiburones y rayas.
El museo atrajo a más de un millón de visitantes, tanto nacionales como extranjeros, convirtiéndose en una atracción turística imprescindible en Mar del Plata. Escritores, artistas, científicos y músicos también visitaron sus instalaciones, contribuyendo a convertir el museo en un centro de divulgación científica, cultural y natural, gracias al apoyo económico de la familia fundadora.
Sin embargo, la sostenibilidad económica del museo se convirtió en un desafío. En declaraciones a MDZ, Pablo Sisterna explicó: “Nunca fue algo rentable, no hubo un año en que no perdiera y el ritmo de la pérdida era muy grande”. A pesar de los esfuerzos por obtener apoyo económico de entidades gubernamentales, no lograron alcanzar la viabilidad financiera.
El Museo del Mar cerró sus puertas definitivamente el 24 de septiembre de 2012, tras doce años de dedicación y esfuerzo continuo. Su legado perdura como un tributo a Benjamín Sisterna y su pasión por el mar y los caracoles, así como un espacio donde la ciencia, el arte y la naturaleza convergieron para enriquecer la vida de la comunidad.
Como expresó Pablo Sisterna: “Fue así como el museo pasó de ser ‘un sueño hecho realidad’ a una ‘realidad hecha recuerdo’ o, quizá, no sin algo de presuntuosidad, una realidad hecha leyenda”.
Y así es como el Museo del Mar se ha convertido en una leyenda. Muchos recuerdan aquel museo donde miles de moluscos se exhibían en círculos concéntricos, un espacio con una perforación central que conectaba todos los niveles, creando una narrativa única y evocando una amplia gama de emociones.
Fue un homenaje perdurable a Benjamín Sisterna. Su legado perdura en la memoria de quienes visitaron el museo, recordando su curiosidad, su iniciativa y su amor por la ciudad de Mar del Plata y el significado del mar para su identidad.