Jazz Club: El Octavo Piso Donde Nació la Noche Marplatense

En el corazón palpitante de Mar del Plata, allá por 1954, una chispa de innovación encendió la noche. La juventud, ávida de espacios y expresiones, encontró su eco en un proyecto audaz: la creación de una “boite”, un término que evocaba sofisticación y vanguardia en aquellos tiempos. Así, nació el Jazz Club, un oasis musical y social que se elevaba, literalmente, sobre la ciudad.

La ubicación elegida, un octavo piso en un edificio que hoy alberga la galería SACOA, era inusual. Lo que originalmente eran oficinas vacías se transformó, gracias a la visión de sus fundadores, en un punto de encuentro donde la música, la libertad y la juventud convergieron. El nombre, Jazz Club, era una declaración de intenciones. Sin embargo, el camino para convertir ese espacio en una confitería bailable fue todo menos sencillo, una verdadera odisea.

La anécdota de cómo una heladera llegó a ese octavo piso se convirtió en una leyenda urbana, tal como relata Pablo Junco, hijo de Aurelio Junco, quien fuera maître del Jazz Club, en su blog Fotosviejasdemardelplata. La epopeya de la heladera, con sus complicaciones y peripecias, resultó ser la mejor publicidad imaginable: “Hasta días más tarde no se conocía la existencia del Jazz Club, pero todos hablaban de ‘la boite de la heladera’“.

El relato de Junco pinta una imagen vívida de la hazaña. Un equipo de voluntarios, armado con sogas y poleas prestadas por una empresa de ascensores, se enfrentó al desafío de subir la pesada heladera. La calle Rivadavia se convirtió en un hervidero de curiosos, dificultando el tráfico. La heladera, con rumbo incierto, ascendía en diagonal, causando algunos daños colaterales. Dos voluntarios, apostados en la azotea del edificio de enfrente, intentaban evitar que golpeara la fachada.

Tras horas de arduo trabajo, la heladera finalmente llegó al octavo piso. Pero la tarea no había terminado. La puerta de la cocina representaba un nuevo obstáculo, con dimensiones idénticas al ancho del electrodoméstico. La solución, aparentemente simple, de empujar y tirar, resultó en un atasco monumental. La heladera, encajada entre el salón y la cocina, atrapó a los voluntarios, quienes, presas del pánico, comenzaron a gritar. La solución llegó de la mano de un albañil, quien, según Junco, tuvo que “picar la pared de cemento, cosa que llevó algunas horas, para poder llevar a buen fin la maniobra”.

Lo que Vino Después

El sueño original era crear un santuario para el jazz: un ambiente íntimo, con luces tenues y músicos improvisando jam sessions. Sin embargo, uno de los socios tenía una visión diferente: música popular y una iluminación brillante que contrastaba con la atmósfera tenue deseada. El choque entre arte y negocio era inevitable.

A pesar de los desafíos, el Jazz Club resonó con la juventud marplatense, que encontró en él un espacio propio. Era un lugar donde podían escuchar su música preferida, disfrutar de bebidas a precios accesibles y ser recibidos con calidez por un maître que los conocía por su nombre. Era más que un club; era una comunidad.

Pero la armonía no era completa. Los vecinos del edificio se quejaban del ruido, de la música que se filtraba y del uso constante de los ascensores. Las colas para subir al octavo piso se convirtieron en una constante, generando tensión e incomodidad.

El Final

A pesar de su breve existencia, el Jazz Club, clausurado por la Municipalidad durante su segunda temporada, dejó una marca indeleble en la ciudad. Fue la semilla de lo que vendría después, el germen de la movida nocturna que transformaría la avenida Constitución en un epicentro de discotecas y boliches.

Antes de la Avenida del Ruido, antes del festival de jazz, antes de Dickens y del Café Orión, existió ese octavo piso, ese sueño elevado que iluminó la noche marplatense. El Jazz Club fue un pionero. Y aunque su música se silenció temprano, su eco aún resuena en la memoria de quienes vivieron aquella revolución.