Skua: Una Travesía Atlántica Impulsada por el Amor Paternal en Tiempos de Pandemia

En un acto de valentía y desesperación, impulsado por el amor filial en medio de un mundo paralizado por la pandemia, el velero Skua, una embarcación modesta de menos de diez metros, emergió de entre la densa niebla, marcando el final de una travesía épica. Juan Manuel Ballestero, su capitán y único tripulante, había completado un viaje en solitario de más de 8.000 kilómetros, uniendo las costas portuguesas con el Club Náutico de Mar del Plata.

La llegada fue un torbellino de emociones. Ballestero, con 47 años a cuestas, se irguió sobre la cubierta del Skua, alzando los brazos hacia el cielo plomizo de su ciudad natal, una mezcla de júbilo y alivio inundándolo. En el muelle, su hermano y un grupo de amigos lo vitoreaban, mientras que los empleados del club observaban con respeto la hazaña del navegante.

Momentos antes de tocar tierra, con el horizonte marplatense delineado en la distancia, Ballestero grabó un breve video para sus seres queridos. Su voz, quebrada por la emoción, resonaba con la victoria personal: “¡Lo he logrado! ¡Vamos, el Skua, el Skuita, una nave!”.

Un Recuerdo Agrio

En retrospectiva, Ballestero reflexiona sobre la experiencia con una mezcla de sentimientos. Si bien el reencuentro con sus padres fue un bálsamo en tiempos de incertidumbre, la travesía estuvo marcada por la frustración y la amargura ante las restricciones impuestas por la pandemia. “Siento mucha bronca por cómo nos robaron con esa pandemia, por cómo nos vacunaron, por cómo me hicieron cruzar el Atlántico”, confiesa. La felicidad de abrazar a sus padres se ve empañada por el recuerdo de un mundo convulso y decisiones forzadas.

El Impulso de Zarpar

La odisea comenzó el 24 de marzo, cuando Ballestero zarpó de Porto Santo, en el archipiélago de Madeira. Con las fronteras cerrándose rápidamente, la opción de un vuelo se desvaneció. Ante la imposibilidad de llegar a Argentina por medios convencionales, tomó la decisión audaz: navegar más de 5.200 millas náuticas para reunirse con sus padres, Carlos, un excapitán de pesca de 90 años, y Nilda, de 82.

85 Días de Soledad y Desafío

Fueron 85 días de soledad en alta mar, enfrentando la inmensidad del océano, alternando entre la calma chicha y la furia de las tormentas. Escalas técnicas obligadas en Brasil y Uruguay, donde tuvo que sortear obstáculos burocráticos y contratiempos mecánicos, no lograron desviar su objetivo: llegar a tiempo para el Día del Padre.

Al arribar a Mar del Plata, Ballestero fue informado de que debía cumplir una cuarentena obligatoria a bordo del Skua. Sin embargo, la suerte y la solidaridad de un empresario pesquero local, conmovido por su historia, facilitaron un hisopado privado que confirmó lo evidente: tras 85 días de aislamiento en alta mar, el navegante estaba libre de COVID-19.

La Banda Sonora del Aislamiento

Durante la travesía, la radio se convirtió en su único contacto con el mundo exterior. Sintonizando la Radio Nacional Española, Ballestero se sumergía en un mar de noticias sombrías, alimentando la ansiedad y la incertidumbre. “Escuchaba todo lo que pasaba, las muertes, el COVID, el estado de alarma. La radio no ayudaba en nada”, recuerda. La imposibilidad de sintonizar emisoras argentinas lo mantenía aislado de la realidad de su país, exacerbando su angustia.

El aislamiento emocional fue un desafío constante. La avalancha de noticias negativas lo abrumaba, generando dudas sobre el futuro. “Pensaba: ‘¿Qué va a pasar con todo esto? ¿No se termina nunca?’”. Solo al cruzar el Ecuador logró captar algunas señales de tango, un atisbo de su tierra natal en la inmensidad del océano.

El Reencuentro

Finalmente, el ansiado reencuentro se produjo un sábado por la tarde. Carlos, su padre, un hombre de mar curtido por años de navegación, se acercó al muelle para recibir a su hijo. El primer abrazo, cargado de emoción, tuvo lugar sobre la cubierta del Skua.

“Emoción” y “felicidad” fueron las únicas palabras que Ballestero pudo pronunciar al pisar suelo argentino. Tras superar los protocolos sanitarios, pudo compartir un almuerzo familiar con sus padres, la recompensa más valiosa después de una travesía épica.

Enfrentando el Silencio del Océano

Para Ballestero, cruzar el Atlántico en solitario fue una experiencia límite, un desafío físico y mental que puso a prueba su resistencia. “Agarré el velero y me lancé al mar. Tenía su épica, claro, pero no se lo recomiendo a nadie”, afirma.

El silencio del océano, profundo y ensordecedor, lo confrontó con su propia vulnerabilidad. “El mar tiene un silencio que te ensordece. Es total, profundo. Y ahí, en medio de la nada, te das cuenta de algo brutal: encerraste tu propia libertad. No podés ir a ningún lado. Estás ahí, flotando, sin escape”. La calma, lejos de ser idílica, se tornaba desesperante, una prueba de paciencia y resistencia.

La historia de Juan Manuel Ballestero trasciende la crónica de un viaje. Es un testimonio de la fuerza del amor filial, capaz de superar la distancia y la adversidad. Su odisea permanecerá en la memoria de Mar del Plata como un faro de esperanza, una demostración de que no hay océano ni pandemia que pueda detener el anhelo de volver a casa.